En la economía de Dios, nada se desperdicia. A través del fracaso, aprendemos una lección de humildad que probablemente sea necesaria, por dolorosa que sea.
COMO LO VE BILL, p. 31
Cuán agradecida estoy hoy, de saber que todos mis fracasos pasados fueron necesarios para que yo estuviera donde estoy ahora. A través de mucho dolor llegó la experiencia y, en el sufrimiento, me volví obediente. Cuando busqué a Dios, tal como yo lo entiendo, Él compartió Sus dones atesorados. A través de la experiencia y la obediencia, comenzó el crecimiento, seguido de la gratitud. Sí, luego vino la paz mental: vivir en la sobriedad y compartirla.